Desde Guinobatan (Filipinas) (AFP)

La vida bajo la amenaza constante de un tifón en Filipinas

Un año después de que una potente tormenta provocara una avalancha de rocas volcánicas y arena que sepultó su casa, Florivic Baldoza, una vendedora de comida ambulante de Filipinas, vive todavía en un centro de evacuación.

ONU,clima,COP26,Filipinas,migración
Un habitante de San Francisco, en la provincia filipina de Albay, el 4 de octubre de 2021 junto a una casa medio quemada por la arena y las rocas del volcán Mayon tras el paso del tifón Goni - AFP/AFP
Anterior Siguiente
Síguenos en Google News

Un año después de que una potente tormenta provocara una avalancha de rocas volcánicas y arena que sepultó su casa, Florivic Baldoza, una vendedora de comida ambulante de Filipinas, vive todavía en un centro de evacuación.

Con el riesgo de fenómenos meteorológicos extremos en aumento debido al cambio climático, esta mujer siente que "ningún lugar es seguro".

En los poblados pobres que rodean el volcán Mayon, en la provincia de Albay, cientos de familias esperan un nuevo hogar después de que el tifón Goni arrasara en noviembre de 2020 esta región en la isla de Luzón, la más poblada del archipiélago.

"Es el más fuerte que he vivido", dice Baldoza, ante una montaña de arena oscura que cubre lo que en su día fue la casa que compartía con su marido y sus dos hijas adolescentes.

noticia
La vendedora de comida ambulante Florivic Baldoza, junto a su madre en su casa de 25 metros cuadrados en Guinobatan, en la provincia filipina de Albay, el 5 de octubre de 2021 (AFP/AFP)

Cientos de miles de personas huyeron cuando el tifón Goni barrió este archipiélago del sureste asiático, clasificado como uno de los más vulnerables del mundo a los impactos del cambio climático.

Pero algunos residentes del pueblo de San Francisco, incluida la familia de Baldoza, ignoró los avisos para refugiarse en una escuela, confiados en que el dique construido en un río hace año los protegería de una inundación.

A medida que la potenta tormenta descargaba fuertes lluvias en esa zona y el agua empezó a desbordar los varios metros de altura de la pared de cimiento, Baldoza se dio cuenta que su familia estaba en peligro.

Huyeron corriendo a casa de su madre, al otro lado de la carretera, cuando una avalancha de agua, arena volcánica y pedruscos hizo añicos el dique de contención y se abalanzó contra el poblado.

"Estábamos atrapados dentro de la casa", recuerda Baldoza. "Estábamos llorando, mi marido había quedado separado de nosotros. Pensábamos que estaba muerto", relata.

Afortunados de estar vivos pero atrapados en el barro, Baldoza y ocho familiares, niños entre ellos, retorcieron sus cuerpos de un lado a otro para escapar, salieron por una ventana y subieron al tejado.

Su marido Alexander sobrevivió trepando por las ramas de un mango.

Agarrándose a un tendido eléctrico para no ser llevados por los fuertes vientos, la familia escaló por las azoteas de varias casas hasta llegar a un edificio más alto.

"Nuestra casa estaba siendo golpeada por pedruscos, pero no podíamos hacer nada", dice Baldoza, que vio con impotencia cómo el torrente se llevaba el triciclo y la moto de la familia.

"Si no hubiéramos dejado nuestra casa, hubiéramos muerto", admite.

- "Capital de los desastres" -

No es la primera vez que esta mujer ha tenido que cambiar de casa por la lluvia.

Hace 23 años, antes de que Baldoza se casase, su madre vendió la casa en una zona fácilmente inundable del mismo poblado y se mudó a un terreno más elevado.

"No esperábamos que pasaríamos por lo mismo", explica la mujer.

"No creo que haya un lugar seguro ya. Allí donde vamos, sufrimos inundaciones", se resigna.

Baldoza visita el lugar de su antigua casa casi todos los días cuando lleva comida casera y bebidas a los trabajadores que reparan el dique dañado.

"Me dan ganas de llorar porque he criado a mis hijos aquí. Aquí los bautizamos y aquí nos casamos mi marido y yo", cuenta.

La familia vive en una aula en la cercana escuela Marcial O. Ranola Memorial, reconvertida en un centro de evacuación de emergencia aprovechando que en Filipinas no hay clases presenciales desde el comienzo de la pandemia.

Las familias de la provincia de Albay, bautizada la "capital de los desastres" del país, están acostumbrados a pasar varios días en refugios cada temporada de lluvias.

Un cuarto de la veintena de tormentas y tifones que asolan cada año las Filipinas pasan por esta empobrecida región, destruyendo cultivos, casas e infraestructuras.

Un año después que el lodo volteara dramáticamente sus vidas, un centenar de familias siguen en la escuela, durmiendo en aulas y guisando en improvisadas cocinas.

Baldoza intenta que la vida se lo más normal posible para su familia. Sus perros y gatos se pasean por la clase, donde unas cortinas dividen el espacio entre la sala de estar y la zona de dormir.

Su hija menor cumplió recientemente los 18 y se vistieron con la indumentaria tradicional para celebrar su mayoría de edad.

Pero Baldoza no puede evitar preocuparse por el futuro de sus hijas.

"Las tormentas son cada vez más fuertes. ¿Cómo sobrevivirán cuando ya no estemos?", se pregunta.

- "No puedes parar los tifones" -

Muchas casas en San Francisco están parcialmente enterradas por la arena y las rocas que arrasaron el poblado, elevaron el nivel del suelo y redujeron la altura de los cocoteros.

Los habitantes han cavado trincheras alrededor de sus casas para poder entrar. Algunos todavía retiran escombros.

El activista climático de la provincia Bill Bontigao asegura que Goni fue "una llamada de alerta" y que se necesitan acciones urgentes para preparar la región para ciclones más fuertes.

"Estoy preocupado por las futuras generaciones. Mis sobrinos y sobrinas no tendrán un buen futuro", dice Bontigao, de 21 años, a AFP.

Unas 170.000 personas están expuestas a deslaves de las laderas del Mayon, el volcán más activo del país, explica Eugene Escobar, jefe de la división de investigación de la oficina de salud pública y gestión de emergencias de Albay.

Los corrimientos de tierra son probables porque el cambio climático ha calentado el planeta y ha aumentado "la frecuencia y la intensidad de los tifones y la lluvia", argumenta.

La "solución más barata" es reubicar a los residentes vulnerables a zonas seguras y ofrecerles apoyo social y económico, opina.

"No puedes parar los tifones (...) Tenemos que aceptar el hecho de que estamos en un área propensa a los desastres", asevera.

Pero Baldoza cree que "ningún lugar es seguro" en la municipalidad de Guinobatan, incluido el nuevo poblado donde su familia recibirá una casa de 25 metros cuadrados.

Está a media hora en coche de San Francisco, donde su marido trabajo como electricista, pero no tienen dinero para comprar o alquilar nada más cerca.

"Cuando nos mudemos, haré que lo bendigan para que tengamos suerte allí", dice Baldoza frente a la puerta principal de la diminuta casita, pintada de blanco, turquesa, azul y rosa.

"Esperamos que sea segura", dice entre esperanza y resignación.




Este sitio usa imágenes de Depositphotos