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Mustafá tiene alrededor de un mes para encontrar trabajo en Dubái. Si no este joven pakistaní tendrá que irse del rico emirato donde vive desde 2014, como muchos otros expatriados afectados por las supresiones de empleo como consecuencia de la epidemia de coronavirus.
Sentado ante su máquina de coser en el taller de la asociación berlinesa mimycri, Khaldoun Alhussain desliza bajo la aguja un pedazo de plástico gris, mientras mueve el pedal con el pie.
Los migrantes asiáticos que trabajan como obreros de la construcción en Singapur durante horas y horas por un salario miserable y viven hacinados en habitaciones compartidas son casi invisibles en esta ciudad-estado próspera y bulliciosa.
Millones de trabajadores inmigrantes, que ya sufren de precariedad, temen por su salud y sus empleos ante las medidas adoptadas en los países del Golfo para frenar la propagación de la pandemia del coronavirus.
Al principio pensaron que era un timo. Les vendieron un sueño en Alemania, el mayor centro de importación y exportación chino de Europa, pero a su llegada los empresarios se encontraron con un descampado.
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