Desde París (AFP)

El Mer de Glace, esplendor gris junto al Mont Blanc

El glaciar se ha reducido y luce grisáceo, sin nada que recuerde a la inmaculada abundancia de hace unas pocas décadas en pleno macizo del Mont Blanc, una imagen clara del calentamiento implacable.

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- AFP/
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El glaciar se ha reducido y luce grisáceo, sin nada que recuerde a la inmaculada abundancia de hace unas pocas décadas en pleno macizo del Mont Blanc, una imagen clara del calentamiento implacable.

El "Mer de Glace" (Mar de Hielo), el mayor glaciar de Francia, se derrite de forma visible. A pesar de la nieve que cae en la primavera, el hielo está salpicado de guijarros.

Apenas se escucha el agua que corre, a intervalos regulares, un gran estruendo de piedras interrumpe el susurro del agua.

La interminable escalera que desciende de la estación de Montenvers, por donde los turistas y habitantes de las montañas llegan de Chamonix a cada media hora, ahora se extiende unos 20 pasos al año para llegar al glaciar.

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El glaciar se ha reducido y luce grisáceo, sin nada que recuerde a la inmaculada abundancia de hace unas pocas décadas (AFP/AFP)

Abajo, una cueva excavada en el hielo azul invita a aprender este misterioso universo. Anteriormente iluminado como un club nocturno, con manchas brillantes de diferentes colores, ahora es más sobrio.

De repente, surge un joven en bermudas, que apenas suspira. No hay mucho que decir sobre esta atracción que resiste al tiempo.

Los empleados despliegan lonas blancas sostenidas por grandes piedras sobre la cueva, para reflejar la luz y protegerla del sol.

Con mochila, picos de montañismo y cuerdas alrededor del torso, los alpinistas no se demoran y se aproximan al Mer de Glace a paso rápido para escalar su pendiente natural.

Se ven olas de hielo, como un mar congelado. Es necesario seguirlas, a izquierda y derecha, para encontrar la unión a la siguiente o una grieta lo suficientemente estrecha como para ser superada de un salto.

En cada costado las escaleras ubicadas en la roca durante cientos de metros permiten llegar a refugios construidos, en su mayoría, hace menos de un siglo, cuando el glaciar era significativamente más alto.

El refugio más lejano y de más difícil acceso se torna más urgente, pero se necesitan pulmones en buen estado.

A la llegada se multiplican los saludos cálidos, un vaso compartido, el descanso y la alegría de estar al final del esfuerzo.

En el interior del refugio hay olor a cebollas cocidas a fuego lento y a calcetines mojados, junto a un grupo fraternal sentado, bromista y pleno de camaradería.

Todos intercambian sus planes para el próximo día o la noche, inclusive los montañistas más ambiciosos que desean disfrutar de la estabilidad de la nieve endurecida por el frío para otra larga jornada de ascenso.

Guías y alpinistas con más de 50 años recuedan, como en un sueño, que los niños podían tocar la nieve del Mer de Glace ya al salir del tren rojo de Montenvers. Eso fue hace mucho tiempo.

Desde el refugio, la vista se abre más allá de las curvas del glaciar, hacia los picos míticos del macizo. Un impresionante, e aparentemente inmóvil paisaje lleno de belleza.




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