El coronavirus, la maldición de los pescadores en Senegal
En el muelle de pesca de Hann Bel Air, a las puertas de Dakar, Galaye Sarr se encomienda a Dios para que cese la maldición del coronavirus. Desde que los aviones están en tierra, ya no se exporta pescado, dejándolo sin su principal ingreso.
En el muelle de pesca de Hann Bel Air, a las puertas de Dakar, Galaye Sarr se encomienda a Dios para que cese la "maldición" del coronavirus. Desde que los aviones están en tierra, ya no se exporta pescado, dejándolo sin su principal ingreso.
Sarr, de 23 años, trabaja en el muelle de exportaciones desde su infancia. Compra las capturas traídas por los pescadores que recorren la costa a bordo de piraguas multicolores, las selecciona y vende a fábricas, donde a su vez se envasan para ser exportadas por avión o barco, principalmente a Europa.
Desde la aparición del nuevo coronavirus a principios de marzo en Senegal, las autoridades han prohibido las aglomeraciones así como la circulación entre ciudades.
La suspensión de prácticamente todo el tráfico aéreo ha dejado a la industria pesquera sin una salida esencial.
En Senegal, la pesca ocupa aproximadamente al 17% de la población activa, representa un 22,5% de los ingresos de exportaciones y más del 70% del aporte de proteínas de origen animal, indicaba a finales de 2014 la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
"Este pez es un merlo negro. Normalmente es exportado a Italia. Pero debido al coronavirus, todos los vuelos han sido cancelados", explica Sarr, que señala con el dedo cajas almacenadas en una cámara frigorífica. "Eso son meros, eso de allí son palometones negros y rojos, detrás, son rascacios".
Con las exportaciones cerradas hasta nueva orden, los vendedores intentan dirigir sus existencias hacia los mercados locales, pero estos están saturados y los precios no dejan de bajar.
Algunos meses, Galaye Sarr conseguía ahorrar hasta 150 euros cuenta, pero ahora apenas gana 30 euros.
Además, es prácticamente imposible respetar las distancias de seguridad. "En el trabajo, comemos juntos, bebemos juntos, lo hacemos todo juntos. Tengo realmente miedo. Puede que un día Dios elimine esta maldición".
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