13 TZAMETI

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En algún lugar, en un sitio apartado al borde del mar, Sébastien (Georges Babluani), de 22 años, repara el techo de una casa. Su propietario muere de una sobredosis tras recibir una extraña convocatoria que supuestamente le hará ganar mucho dinero. Sébastien recupera el sobre y decide presentarse en su lugar. Para él da comienzo una caza del tesoro que le llevará hasta un tugurio clandestino, un mundo de pesadilla donde los hombres hacen apuestas con la vida de otros hombres. El trabajo de Géla Babluani muestra una gran planificación, una soberbia dosificación de la tensión que va guiándonos a lo largo del relato, huyendo de reiteraciones para mantenernos interesados en la acción. Estamos ante un realizador de pulso firme... En un momento en el que los modelos de cine norteamericanos parecen haberse universalizado a la hora de representar la violencia, sobre todo tras la revolución tarantaniana (que pronto devino pandemia por la cantidad y, a veces, escasa calidad de sus discípulos), sorprende encontrarse con una propuesta como esta ópera prima del georgiano Géla Babluani, una película que, a pesar de girar en torno a un juego perverso que, en manos de otro realizador, habría dado lugar a una muestra extremadamente sangrienta, en el caso de “13 (Tzameti)” se nos aparece como un ejercicio clásico, retro incluso. Y no sólo por la elección del blanco y negro, sino por la opción por una estética que, a pesar de estar ambientada en nuestros días, parece remitirnos continuamente a las cintas policíacas francesas de los Melville y compañía, con la creación de un ambiente claustrofóbico y una sequedad en la narración que alejan a la cinta de la trepidación habitual y casi videoclipera de los thrillers contemporáneos. Retro también por seguir unas normas “anticuadas” a la hora de mostrar las diversas fases del juego en el que intenta sobrevivir un inmigrante georgiano en la próspera Francia, una dinámica mortal de eliminación a la que asisten divertidos un grupo de apostantes ricos y profundamente occidentales: una gran planificación, una soberbia dosificación de la tensión que va guiándonos a lo largo del relato, huyendo de reiteraciones para mantenernos interesados en una acción que, una vez mostradas sus cartas, correría el riesgo incluso de aburrirnos (la insensibilización hacia la violencia se está convirtiendo en un verdadero problema, paradójicamente, a la hora de mostrarla en pantalla y lograr el efecto buscado: ¿cómo impresionar cuando ya hemos visto todo en un plano?). De hecho, importa más la fase previa que las consecuencias de esa violencia: no hay sangre, no hay vísceras… y sin embargo, por la construcción de las secuencias, el desasosiego que sentimos es inmenso. En cierta forma, “13 (Tzameti)” vendría a ser el reverso de otra cinta francesa estrenada recientemente en nuestras pantallas, e igualmente vista en Sitges, "Ellos": si en el caso de esta última era un pedazo de la civilizada Francia, representado por un matrimonio culto, el trasplantado a una hiperviolenta e inquietante Rumanía rural, en el caso de la cinta que ahora nos ocupa, es un georgiano (realmente notable Georges Babluani) el que se enfrenta a la violencia lúdica, sin sentido, en una casa aislada en un bosque de su país de acogida. Y el resultado, curiosamente, es muy parecido… salvo que, quizás, en el caso de "Ellos" se trataba de una pulsión más primitiva, más animal, mientras que en “13 (Tzameti)” la salvajada tiene un método, una burocracia, un maestro de ceremonias, una contabilidad… que la hace más salvaje aún, y que quizá simbolice, para el director, el único avance de la llamada Europa próspera frente a la del Este. Pero, interpretaciones aparte, lo que queda tras el visionado de la película es la impresión de encontrarnos ante un realizador con pulso firme, que ofrece en su debut algo similar a lo de muchos otros nuevos directores, esto es, una idea afortunada de guión, aunque en este caso tampoco sea exactamente original, pero que logra no desaprovecharla luego en su desarrollo. Y sobre todo, un realizador capaz de ser sobrio, incluso elegante (el magnífico plano final), un valor al que habrá que seguir, una mirada en la que confluyen algunas de las herencias más ricas del cine europeo. Y es que en cada uno de sus fotogramas sigue latiendo la herencia de los Lang, los Murnau, corregida y aumentada por las ya muchas décadas de buen cine que llevamos encima. Babluani la ha visto, la ha digerido y, vistos los resultados, le ha sentado pero que muy bien.

Esta película se estrenó hace 19 años.