Juan Francisco de Vidal La Hoz
Militar y político peruano apodado el Primer Soldado del Perú, debido a la participación en su corta edad en las batallas por la independencia nacional. Ocupó el cargo de Jefe Supremo de la República en dos ocasiones.

El general Francisco de Vidal nacido en la ciudad de Supe el 2 de abril de 1800, fue de las figuras más descollantes en el tránsito de la independencia a la república. Destacó, como pocos, en las campañas de 1820 a 1824, ganando uno a uno sus ascensos hasta coronel graduado, a la vez que cicatrices por las muchas heridas que recibió en el campo de batalla.
La naciente república fue reacia a reconocer sus méritos. Habiéndole negado el Congreso su ascenso a general, solo pudo lograr alcanzar este cargo por insistencia del presidente Gamarra, quien lo apoyó en tanto le fue necesario, relegándolo después. La guerra de la Confederación Perú-Boliviana puso a dura prueba su patriotismo, y, en medio de la anarquía, alguna vez enfrentó a chilenos y peruanos, como en la batalla de Portada de Guía, y a los bolivianos y peruanos, en la aciaga batalla de Yungay.
Al término de esa guerra, quiso volver a ser un cultivador en el campo o dedicarse a la política. Los avatares del destino lo llevaron a hacer ambas cosas, sin poderse desprender de sus obligaciones como soldado. Vidal fue de los primeros en darse cuenta de que el cumplimiento del deber no admitía réplicas y, por eso, hubo veces en que lamentó tener que servir a un mandatario al que políticamente reprobaba.
Fue varias veces diputado y, durante su concurrencia al Congreso de Huancayo, se opuso tenazmente a la suscripción de acuerdos comerciales que consideró lesivos para el país. Inescrupulosos empresarios, al no poder silenciarlo, le ofrecieron un soborno muy elevado; Vidal no solo rechazó tal oferta, sino que la denunció, consiguiendo del gobierno un nuevo contrato en condiciones más favorables para el Perú.
Vidal fue prefecto de varios departamentos y, en 1841, dejó huella imborrable en el Cusco por su labor en pro de la educación popular. Se ganó con ello la estima general e, incluso, se dice que los cusqueños no lo miraban como un jefe, sino como un padre. Por entonces, el llamado Ejército del Sur, al mando del general La Fuente, combatía en la frontera con Bolivia, en tanto que Vidal había fijado su cuartel general en Andahuaylas, recibiendo los partes oficiales que retrasmitía al gobierno de Lima. Al mismo tiempo, el general San Román comandaba la vanguardia del ejército en Sicuani.
El patriotismo de los puneños y la actuación de algunos jefes militares determinaron la retirada del ejército boliviano y, el 7 de junio de 1842, se pactó la paz. Pero, casi inmediatamente, volvió a agravarse la situación interna, al desacatar San Román la autoridad de La Fuente, escindiendo al Ejército del Sur y haciéndose fuerte en Lampa y Pucará. La Fuente, viéndose con escasas tropas, optó por replegarse al Cusco, deteniéndose en Sicuani el 14 de junio para dimitir el mando ante una Junta de Guerra que convocó de urgencia.
La Junta de Guerra no aceptó esa dimisión, al tiempo que llegaba al Cusco un correo informando que el presidente del Consejo de Estado en Lima desconocía a La Fuente y que, apoyando a San Román, avalaba el alzamiento del general Torrico.
En situación tan crítica y ciñéndose a la Constitución, esa Junta de Guerra exigió al general Vidal que, como vicepresidente del Consejo de Estado, asumiese el mando supremo de la República. Ello ocurrió la no- che del 28 de julio de 1842. Investido como Jefe Supremo, Vidal salió del Cusco para Ayacucho, desde donde se trasladó a Ica, batiendo a Torrico en Agua Santa. Pasó, entonces, a Lima, en donde de inmediato renunció al mando, poniéndolo a disposición del doctor Figuerola, vicepresidente del Consejo de Estado. Figuerola se negó aduciendo diversas razones y Vidal continuó como mandatario. Liberó a sus rivales políticos y “ninguno sufrió prisión ni ostracismo”, concediendo pasaportes a los que quisieron retirarse al extranjero.
Lo primero a destacarse en su breve gestión fue el cuidado que puso por preservar los fondos fiscales; para empezar, no reclamó pago alguno por los gastos realizados por su ejército en el tránsito a Lima. Pero encontró el fisco arruinado: la aduana empeñada en 700 mil pesos y la moneda en 300 mil. En venganza por lo sucedido en Huancayo, “los consignatarios del guano, en todo el tiempo de mi administración —escribió Vidal—, no dieron un solo peso por este ramo”. Por eso, resulta extraordinario que Vidal lograse un balance positivo: “A pesar de lo expuesto —dijo— yo mantenía bien pagado un ejército fuerte, los empleados todos los dejé pagados hasta el día de mi salida del gobierno, y la gran suma en que estaba empeñada la aduana quedó reducida a 200 mil pesos”. Pero lo más plausible fue su vocación por impulsar la educación, contando con el apoyo del destacado liberal Benito Lazo. Reorganizó los Colegios de San Carlos y San Fernando, destinados a la formación de profesionales en el foro y en la medicina, poniéndolos bajo la dirección de los doctores Bartolomé Herrera y Cayetano Heredia, respectivamente.
Cuando se creía apaciguada la República, una vez más, vino a pronunciarse el caudillismo militar. Vidal intentó enfrentar a los que llamó traidores, lanzando —el 5 de febrero de 1843— un mensaje a la nación condenando al general Vivanco, insurrecto en Arequipa. Pero, al plegarse el general Pezet al golpe, Vidal renunció al mando supremo entregándoselo al doctor Figuerola, quien —tres días después— fue a su vez depuesto, renovándose la guerra civil. El 15 de marzo de 1843, Vidal se despidió con una proclama a la nación en la que expuso que renunciaba no por falta de valor, sino porque no quería ser partícipe de la anarquía que siempre había condenado.
Presagiaba un futuro incierto para la república y, al decir que entregaba su vida a la oscuridad, casi previó su futuro. Quiso retirarse a la vida civil, pero Vivanco, autoproclamado Supremo Director, no le dio tiempo ni para despedirse de su familia, expulsándolo del país con lo que llevaba puesto.
Tal fue el paso efímero del ilustre general Francisco de Vidal por el mando supremo. La vida le depararía aún una década de nuevos avatares, hasta su fallecimiento que ocurrió en Lima el 23 de septiembre de 1863.
Fuente: [Presidentes y Gobernantes del Perú - Municipalidad de Lima]