Biografias

Juan Pablo Viscardo y Guzmán

Personaje arequipeño jesuita considerado un ideólogo de la emancipación que escribió documentos importantes para la independencia sudamericana.


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Juan Pablo Viscardo y Guzman


Viscardo nació el 26 de junio de 1748. Descendiente de un español asentado en el valle de Camaná, sus padres son Gaspar Viscardo y Guzmán y Manuela de Zea y Andía. De su infancia se sabe que transcurrió en el bucólico mundo de Pampacolca, el cual dejará para proseguir sus estudios con los jesuitas en el Real Colegio de Nobles de San Bernardo, en Cusco. Luego de la temprana pérdida del padre (1760), Viscardo ingresará como novicio de la Compañía de Jesús, donde hará sus votos iniciales en 1763. La orden de expulsión de los jesuitas lo encuentra en la capital imperial, desde donde inicia un doloroso periplo que lo trasladará a Italia, con una parada previa en España. Juan Pablo y su hermano José Anselmo, también jesuita, se establecieron en Massa y Carrara. En esas ciudades italianas encontraron la hospitalidad de la familia Cybo. Sin embargo, y a pesar del apoyo que recibieron en el Viejo Mundo, la pena y el desarraigo acompañarán a los hermanos a lo largo de su exilio forzado. Es importante recordar que en el decreto real de expulsión quedó prohibido bajo pena de muerte el regreso de la orden al Perú. En ese sentido, sus miembros, como fue el caso de los Viscardo, perdieron todo derecho a disponer de sus bienes en América. En ese contexto, Juan Pablo y José Anselmo no lograron recibir las rentas de sus propiedades personales y, debido a ello, pasaron momentos de gran necesidad. Más adelante, sus tres hermanas se repartieron la totalidad de la herencia familiar, dejando a los exiliados afuera y empobrecidos.

Un evento que capturó la atención de los hermanos Viscardo, mientras residieron en Europa fue la rebelión de Túpac Amaru en 1780. Juan Pablo vio esta oportunidad para atraer con éxito la atención de Gran Bretaña sobre la emancipación de los peruanos. Su conocimiento de la historia, la política y el idioma lo posicionó como un asesor de lujo para las autoridades del Foreign Office, quienes veían a América del Sur como un mercado potencial. La utopía emancipadora de Viscardo tiene momentos muy interesantes y guarda una estrecha relación con su necesidad de volver a su terruño, hacerse de una actividad productiva y el sentimiento patriótico que forja el exilio. Es por ello que no sorprende su nutrida correspondencia en la que incluso solicita a los británicos un ejército de 40,000 hombres para apoyar a la rebelión de Túpac Amaru, cuya dinámica adapta y edita a los intereses y cultura de sus lectores ingleses. Es en este contexto que puede entenderse el viaje secreto de Juan Pablo a Londres en 1782. Es en la capital británica donde intenta convencer al gobierno de la necesidad de apoyo militar. Sin embargo, con la firma de paz de Gran Bretaña con España, sus planes dejaron de tener sentido. Juan Pablo y su hermano permanecieron en Inglaterra hasta 1784.

Viscardo puede ser considerado un ideólogo de la emancipación, debido a que mediante sus escritos separatistas buscó que los americanos optaran por la ruptura del poderoso Imperio español. El jesuita, que ha convivido en el Cusco con los hijos de los caciques, es también un peruano universal que, con todas sus limitaciones, va llevando el mensaje de la libertad a Europa. De ahí proviene el gran valor de su carta —antecedente directo de la Carta de Jamaica escrita por Simón Bolívar—, justificando ante el mundo la emancipación americana. Publicada en 1799 (en francés) luego de su muerte y en 1801 (en español), la Carta a los españoles americanos fue difundida en todo el continente, donde capturó la imaginación de un sinnúmero de patriotas. Es innegable que la misiva redactada por el jesuita arequipeño, en medio de su desgarrador exilio, constituye la primera llamada pública a favor de la independencia hispanoamericana escrita por un criollo. Más aún, su lectura prende la llama del sentimiento emancipador entre los hispanoamericanos que luchan por la libertad.

Lo que más sorprende es que un documento político de esta relevancia histórica, como la carta de Viscardo, haya permanecido en el olvido. No es hasta el siglo XX que, gracias a Rubén Vargas Ugarte y al español Miguel Batllori, que la obra de Viscardo es recuperada. Si bien la carta de Viscardo puede haber despertado un sentido del patriotismo criollo desde México hasta Buenos Aires en la década siguiente de su muerte, la naturaleza de un antiguo régimen basado en privilegios sociales y distinciones raciales era demasiado fuerte, de acuerdo con Humberto Rafael Nuñez-Faraco, para ser desmantelada por meros ideales de libertad, justicia e igualdad. Las colonias españolas estaban formadas por un grupo heterogéneo y una población desarticulada; los intereses sociales y económicos estaban fuertemente determinados por la clase, raza y circunstancias regionales que no siempre se fusionaron en una armonía acorde. En ese contexto y de acuerdo con Nuñez-Faraco, “la patria de Viscardo” era una hermosa idea dispersa por todo el continente, pero incapaz de materializarse en una entidad homogénea y orgánica.

La utopía de Viscardo es, sin embargo, un ejemplo contundente del gran daño que el despotismo infringía a los suyos, como era el caso de los criollos. Porque es la justicia de su causa, vivir una vida digna en su propia tierra y no la pobreza en el destierro, lo que impulsa a Viscardo a transitar hacia la ruptura. La indignación contra la maquinaria imperial que lo separa de lo que más quiere ayuda a desarrollar el separatismo, es decir la emancipación de la América española. Cabe anotar, por otro lado, la temprana mirada sociológica de Viscardo, quien percibe la realidad hispanoamericana como universal y, a la vez, diversa. Por otro lado, la “celebración” de los trescientos años de conquista le permite aproximarse a los abusos y al mal gobierno de los funcionarios españoles. La corona era injusta con los descendientes de los que labraron un gran imperio para España en suelo americano.

Anticipándose a Thomas Paine, Viscardo sostuvo que los intereses antagónicos, pero por sobre todo la geografía, contribuían a una inevitable separación de la América española de su madre patria. En breve, la ruptura con España era un derecho y además una necesidad vital para la sobrevivencia material de los “americanos españoles”. Es por ello que sus palabras exhiben el objetivo de conquistar a los todavía indecisos del gran paso mental y político que significa la emancipación: “No hay ya pretexto para excusar nuestra apatía si sufrimos más largo tiempo las vejaciones; si nos destruyen, se dirá con razón que nuestra cobardía las merece. Nuestros descendientes nos llenarán de imprecaciones amargas, cuando mordiendo el freno de la esclavitud que habrán heredado, se acordaren del momento en que para ser libres no era menester sino quererlo”.

Existe controversia del lugar en que fue redactada la carta. Por el idioma que Viscardo elige, el francés, se podría especular que fue escrita durante su paso por la Francia revolucionaria, probablemente influenciado por la ola rupturista que, a fines del siglo XVIII, amenazaba a los reinos de Europa. La cercanía de los trescientos años del descubrimiento de América permitió, asimismo, que Viscardo realice un balance crudo del "pacto colonial", eso sí, sin hacer evidente que la desigualdad y el racismo eran taras a erradicar.

En 1798 Viscardo muere enfermo y desposeído en Londres. Todo el archivo, donde se encontraba su famosa carta, fue heredado por Rufus King, ministro de Estados Unidos en Inglaterra, quien las entregó al venezolano Francisco de Miranda. Es sabido que este patriota no solo la hizo imprimir en Londres (1799) con un pie de página en Filadelfia, sino que las llevó consigo en su famosa expedición libertadora a Venezuela. La idea era repartirla y fomentar el separatismo entre sus compatriotas. Más allá de su uso como panfleto revolucionario, la carta causó un profundo impacto y por ello tuvo varias ediciones más: en Londres (en 1808 y 1810) y, en Sudamérica, en Bogotá (1810), Buenos Aires (1816) y Lima (1822).

Fuente:[BCR]




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