Desde Bolozon (Francia) (AFP)

Un granjero busca despertar a un mundo que duerme frente al suicidio de campesinos

El establo, invadido por las telarañas, está vacío. La quiebra lo obligó a separarse de las vacas. No vivo, solo sobrevivo, explica Matthieu Marcon, quien cuenta que quiso morir una noche en la que no tenía suficiente heno para alimentar a su ganado.

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Matthieu Marcon, 44 años, en su granja en Bolozón, cerca de Lyon, el 20 de noviembre de 2020 - AFP/AFP/Archivos
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El establo, invadido por las telarañas, está vacío. La quiebra lo obligó a separarse de las vacas. "No vivo, solo sobrevivo", explica Matthieu Marcon, quien cuenta que quiso morir una noche en la que no tenía suficiente heno para alimentar a su ganado.

Todavía hay olor a estiércol en el edificio helado, cubierto de paja. "No lo he limpiado porque me cuesta venir aquí. No me quedaré mucho tiempo", advierte el granjero del Ain (centro-este de Francia) en el umbral del establo que data de 1976. Tiene "44 años, como yo", agrega.

Allí, en la punta del pueblo de Bolozón, enclavado entre las gargantas del Ain y los relieves arbolados del Bugey, cerca de Lyon, criaba 50 vacas Salers para su carne. Su esposa y una tercera asociada se ocupaban paralelamente de 70 lecheras, unos kilómetros más arriba.

Toda la explotación se vendió este año. Desde mediados de septiembre, "no hay más animales, es difícil de aceptar. Todavía no lo logro", comenta Marcon, con voz calma, apenas traicionada por labios temblorosos en los que se mezclan la vergüenza de darse por vencido y la voluntad de testimoniar.

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Matthieu Marcon fotografiado en su granja en Bolozón el 20 de noviembre de 2020 (AFP/AFP/Archivos)

"No hay suficientes campesinos que hablen" del malestar que los mina, según este antiguo militante de la confederación campesina, que se desespera ante un modelo agrícola que reduce a los ganaderos a la venta con pérdidas.

En 2015, 372 agricultores se suicidaron, según las últimas cifras de la seguridad social agrícola (MSA). Los datos sobre los suicidios son considerados inferiores a la realidad, pues ciertas muertes se declaran como accidentes de trabajo, subraya a la AFP el diputado Olivier Damaisin, autor de un informe entregado el martes al gobierno.

"No quiero compadecerme de mi destino, sino despertar a un mundo que duerme", insiste Marcon.

- Las vacas berreaban de hambre -

Después de haber trabajado en grandes granjas en el extranjero, no quiso retomar la cría de cabras de su padre en Ardèche (sudeste).

Así que en 2010 fue necesario "empezar de cero". "Estábamos muy endeudados, no teníamos los medios para invertir en los edificios, ya viejos, y siempre había necesidad de comprar heno" para los animales, debido a las repetidas sequías que quemaban los prados.

En desacuerdo con la tercera asociada, su mujer, que trabaja ahora en el exterior, abandona la agrupación agrícola en 2019 y la finca se encuentra bajo administración judicial.

Durante el invierno, el heno se agota. A la espera de su entrega, Marcon conduce 160 km ida y vuelta, durante varios días, para buscar paja donde un amigo. Pero no alcanza para saciar a los animales. "Las vacas berreaban en el establo. Es duro para alguien que ama a sus animales", comenta.

Según recuerda, pese a ciertos "agujeros negros", va en coche río abajo, listo para sumergirse en él. "Me encontré con este papel en los dedos", describe, mostrando una placa entregada por una asistente social de la MSA, donde figura el número de Agri'Escucha, al que responden psicólogos las 24 horas. "Les expliqué en dos palabras que quería morir".

No recuerda los minutos siguientes. Los paramédicos, alertados, pudieron llevarlo a casa. "En las granjas, los que quieren poner fin a sus días se ahorcan. No sé por qué quería meterme en el agua, quería innovar, quizás", observa, con una risa fugaz.

Un amigo de Cantal (centro), también ganadero, se ahorcó en julio. "Él nunca me habló de su malestar", insiste.

Unas semanas después del acontecimiento en el río, accidentalmente se corta el dedo índice con la correa de una máquina. La pérdida de su dedo lo convenció de detener la explotación, que no encontró comprador.

Las vacas están ahora en casa de un agricultor, a 40 km. "Tengo que dejar de ir a verlas", comenta.

Para conservar gestos de ganadero, instaló una veintena de conejos en las barracas del viejo establo integrado en el edificio principal de la granja, a pocos metros del edificio que albergaba a las vacas. "Eso me mantiene vivo", resume.

Una vez curada su mano, Marcon espera encontrar un trabajo "relacionado con los animales". "Y, sobre todo, hacer algo que sirva para pasar los años que me quedan haciendo que esto avance", afirmó.




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