Desde Manila (AFP)

Sorteando la muerte con los transportes alternativos en las vías de Manila

Tan pronto como pasa el tren, los "trolley boys" de Manila ponen sus carritos improvisados sobre las vías y hacen subir a sus pasajeros, quienes evitan los enormes embotellamientos de la capital filipina a costa de poner su vida en riesgo.

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Un trolley boy empuja un carrito por una vía del tren de Manila, el 19 de octubre de 2018 - AFP/AFP
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Tan pronto como pasa el tren, los "trolley boys" de Manila ponen sus carritos improvisados sobre las vías y hacen subir a sus pasajeros, quienes evitan los enormes embotellamientos de la capital filipina a costa de poner su vida en riesgo.

Cada día, decenas de pasajeros toman estas vagonetas de metal fabricadas por los mismos conductores para viajar por una zona de la inmensa red de ferrocarriles de la megalópolis, de 12 millones de habitantes.

Así, los pasajeros no solo ahorran tiempo, sino también dinero, pues a 10 pesos por trayecto (0,10 dólares) es un modo de transporte barato que también les evita ir como sardinas en lata en los agobiantes autobuses.

Pero los "trolley boys" y sus pasajeros se exponen al riesgo permanente de que un tren se los lleve por delante si no saltan a tiempo.

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Los usuarios de estos carritos están contentos porque evitan los gigantescos embotellamientos que se producen a diario en la capital filipina (AFP/AFP)

"Nuestro trabajo es muy peligroso, hay que conocer los horarios de los trenes", cuenta Rene Vargas Almeria, de 57 años, y con 20 empujando pasajeros.

Esta parte de vía, de 1,2 km en el barrio de santa Mesa, la recorren una veintena de trenes al día.

La popularidad de estos "trolley boys" hace que las autoridades toleren de mala gana la actividad.

Sorprendentemente, las víctimas no son tan frecuentes como podría pensarse. La policía no realiza estadísticas y dice que ni siquiera recuerda el último accidente mortal.

No obstante, todos los "trolley boys" tienen bien presente alguna vez en la que se salvaron por muy poco.

- "Chirrido ensordecedor" -

Rodolfo Maurello, de 60 años, quien lleva dos décadas transportando gente, recuerda un día en el que empujaba su carrito lleno de pasajeros sin darse cuenta del tren que llegaba por detrás.

"El tren estaba a solo unos metros", cuenta, explicando que se dio vuelta en el último minuto para decirle al conductor que se detuviera. "El chirrido de los frenos fue ensordecedor".

Pero a Maurello le gusta ser su propio jefe. Los días buenos gana el equivalente a 10 dólares, lo que le permite cubrir las necesidades de sus tres hijos. En Filipinas, una de cada cinco personas gana menos de dos dólares diarios.

Rene Almeria tenía la cabeza en otra cosa en un momento en que un solo pasajero miraba en dirección contraria. "Giré la cabeza y vi llegar el tren, así que lancé mi carrito fuera de las vías. Realmente faltó muy poco".

Manila sufre enormes embotellamientos. Entre la insuficiencia de las infraestructuras, el descuido de los transportes públicos y el aumento del número de vehículos, a sus habitantes les lleva horas recorrer solo unos kilómetros.

La población de la capital aumentó 50% entre 1995 y 2015, pero la inversión en estructura no siguió el ritmo. Eso abre espacio al ingenio como el de los "trolley boys", que trabajan en ciertas zonas de una red ferroviaria deslucida que cada día usan 45.000 pasajeros.

- "Muy práctico" -

La mayoría de los trayectos se realizan sin problemas. Los pasajeros, ya sean estudiantes o trabajadores, van sumidos en sus teléfonos inteligentes apenas protegidos por unos parasoles hechos jirones.

"No hay circulación", explica a la AFP Noemi Nives, una mujer de 46 años. "Para nosotros es práctico y entra en nuestro presupuesto".

A pesar de los riesgos y la incomodidad, a los pasajeros les alegra ganar tiempo y dinero.

Danica Lorraine, de 25 años, se ahorra cada día una hora de transporte gracias a estos carritos, pues evita tomar dos autobuses suplementarios. "Es muy práctico", asegura. "Solo hay que ser prudente. Muy, muy, muy prudente".

Kerkleen Bongalon, profesora de matemáticas, logró superar el miedo que sentía, al menos en parte. Una parte de su trayecto discurre a unos 15 metros sobre el Passig, un curso de agua. Escapar a un tren implicaría saltar al vacío y nadar.

"Al principio me daba miedo", reconoce. "No sé nadar, así que si ocurriera algo mientras estamos en el puente, no sé qué haría".

"Pero no va a pasar nada porque los 'trolley boys' conocen los horarios de los trenes. Confío en ellos", afirma.




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