Desde Versalles (Francia) (AFP)

El esplendor de Versalles resucita con una suntuosa gala de disfraces

Hasta 1.000 horas de confección para vestirse de época y 450 dólares por deambular por Versalles cual Rey Sol. Las Fiestas Galantes del célebre castillo francés atraen a grandes adeptos.

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Dos participantes en las Fiestas Galantes celebradas en el palacio de Versalles, el 28 de mayo de 2018 - AFP/AFP
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Hasta 1.000 horas de confección para vestirse de época y 450 dólares por deambular por Versalles cual Rey Sol. Las Fiestas Galantes del célebre castillo francés atraen a grandes adeptos.

Disfrazado de "novicio de la orden del Espíritu Santo", Bruno, de 57 años, con la cara pintada y peluca de pelo de yak, posa orgulloso ante la cámara junto a su esposo Daniel, vestido de paje.

Como en Venecia, a cuyo Carnaval asiste desde hace 30 años, este parisino se regocija paseando junto a otros 650 'personajes' por la histórica Galería de los Espejos y los aposentos privados de Luis XIV (1638-1715), enfundado en una prenda que le requirió "1.000 horas de trabajo" entre costura y bordado.

Venecia era el tema de esta cuarta edición de las Fiestas Galantes celebrada el lunes por la noche y en la que, según los organizadores, cada uno debe acudir con un disfraz barroco de "gran calidad" y desembolsar entre 135 y 410 euros, según se quiera ser rey o reina o simple marqués/a, con los "privilegios" consiguientes (bufé y champán a voluntad, visitas privadas, etc).

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Bruno posa junto a su marido Daniel vestido de page y llevando un palanquín con penacho de plumas (AFP/AFP)

Así por la Capilla Real, donde resonaba música sagrada, y las galerías en las que se jugaba a los dados y al billar, se paseaban un Casanova, duquesas enmascaradas y hasta un dúo de "procuratori" (ministros de los 'duxs' de Venecia), con trajes escarlata.

Se trata de hacer revivir a los participantes el espíritu de las "monstruosas fiestas" que se daban en la antigua residencia de los monarcas de Francia, especialmente bajo el Rey Sol, explica Laurent Brunner, director de espectáculos del castillo, al oeste de París.

- "Magnificencia" -

Estas galas estaban destinadas a "mostrar la magnificencia del rey, a dejar huella" en los participantes, según Brunner.

La magia opera visiblemente en Kendall MacDonald, con una peluca vertiginosa y una espesa barba colmada de joyas.

Este artista canadiense está "más que encantado" de haber viajado a Francia para "vivir en el siglo XVIII". "Actualmente, hay demasiadas restricciones en la moda masculina. Jean-Paul Gaultier decía 'las prendas no tienen sexo' ¡Pero eso se sentía de verdad en el siglo XVIII!"

"Fue la única vez en la historia donde el vestuario masculino era más esplendoroso que el femenino", asegura Bruno.

En su suntuoso vestido de teatro de dos metros de envergadura, Jeanne describe "una fiesta de ensueño, al margen del tiempo, sin preocupaciones, sin la mediocridad del día a día". "Una fiesta de cuento de hadas", explica su esposo.

Entre tanta majestuosidad, dos japonesas desentonan con sendos disfraces de criadas. "No sabíamos muy bien cómo disfrazarnos. Tampoco es que me interesara mucho (la fiesta). Pero ahora que siento el poderío de este lugar, su atmósfera mágica, cambié de opinión", explica Yoshida Norika, de 30 años.

Bruno, capaz de detectar los disfraces en acrílico que llevan los asistentes menos puristas, ya empezó a hilvanar su próxima "obra": un hábito de cardenal en faya de seda moiré que le exigirá "500 horas".

La velada finaliza con un espectáculo de fuegos artificiales en los bellos jardines del castillo.




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