Historia de la Virgen de Guadalupe
La virgen de Guadalupe es el emblema nacional religioso de México, la cual es reconocida y venerada en todo el mundo, a quien se le atribuye numerosos milagros. Este es un relato del siglo 19 del inicio de su historia y ferviente devoción.

En el de 1531, el indio Juan Diego; natural de Cuautitlan, vecino de Tolpetlac, que había sido casado con María Lucía y sobrino de Juan Bernardino a quien tenía en lugar de padre, venía de su pueblo a México para asistir a la misa de la Virgen, que en la Iglesia de Tlaltelolco celebrarían los religiosos franciscanos el sábado 9 de Diciembre, cuando al amanecer de ese día y en la cumbre del pequeño cerro llamado en lengua azteca "Tepeyacac" que quiere decir, "extremidad de los cerros," y situado una legua al Norte de la ciudad de México, se le apareció por primera vez la Virgen Santísima y le dijo:
"Hijo mío, Juan Diego, a quien amo tiernamente como pequeñito y delicado ¿a dónde vas?
Respondió el indio:
"Voy noble dueña y Señora mía, a México y al barrio de Tlaltelolco a oír la misa que nos muestran los ministros de Dios, y súbditos suyos."
Habiendo oído María Santísima le dijo así:
"Sábete hijo mío, muy querido, que soy yo la siempre Virgen María Madre del verdadero Dios, Autor de la vida, Criador de todo y Señor del cielo y de la tierra, que está en todas partes; y es mi deseo que se me labre un templo en este sitio, donde como Madre piadosa tuya y de tus semejantes, mostraré mi c1emencia amorosa, y la compasión que tengo de los naturales y de aquellos que me aman y buscan, y de todos los que solicitaren mi amparo, y me llamaren en sus trabajos y aflicciones, y donde oiré sus lágrimas y ruegos para darles consuelo y alivio; y para que tenga efecto mi voluntad has de ir a la ciudad de México y al palacio del Obispo que allí reside, y a quien dirás que yo te envío, y como es gusto mío que me edifique un templo en este lugar; le referirás cuanto has visto y oído: y ten por cierto tú, que te agradeceré lo que por mí hicieres en esto que te encargo, y te afamaré y sublimaré por ello: ya has oído, hijo mío, mi deseo; vete en paz y advierte que te pagaré el trabajo y diligencia que pusieres; y así harás en todo, el esfuerzo que pudieres."
En estas palabras que la Virgen María dirigió a Juan Diego en la dulce lengua mexicana, y que Becerra Tanco no hizo más que traducir literalmente de los escritos históricos de los indios, se contiene el grande objeto de las apariciones de María Santísima, el único digno de su amor y su ternura, derramar sus misericordias sobre los pobladores de estas regiones, y abrir en ellas la fuente perenne de sus gracias, para todos los humanos.
Juan Diego en cumplimiento del encargo que había recibido, se dirigió en el acto a hablar con el obispo de México, que lo era entonces el Illmo. D. Fray Juan de Zumárraga, de tanta piedad como letras, y de tan sólido como exquisito discernimiento. Aunque recibió con benevolencia a Juan Diego, nada resolvió ni podía resolver desde luego sobre tan grave y delicado asunto, el prudente prelado, y despidió a Juan Diego mientras deliberaba consigo mismo, diciéndole que volviese pasados algunos días para hablar más despacio.
Juan Diego volvía a su pueblo triste y desconsolado, y al llegar al Tepeyac de nuevo se le apareció la Virgen en la tarde de ese mismo día, sábado 9 de Diciembre, y en el lugar en que se le había aparecido en la mañana. Cuando Juan Diego la vio, postrándose en su acatamiento, le dijo lo que el Obispo le había contestado y le rogó a la Santísima Virgen que siendo él pobre y humilde, enviase al Obispo una persona noble y de respeto en su lugar. Insistió la Virgen Santísima en lo que le tenía mandado y Juan Diego quedó de cumplirlo, rogándola que en la tarde del día siguiente le esperase en el mismo lugar, para darla la respuesta. Esta fue la segunda aparición.
El día siguiente, 10 de Diciembre, Juan Diego de nuevo vio al Illmo. Sr. Zumárraga, repitiéndole lo que la Santísima Virgen ordenaba, y entonces el Señor Obispo le dijo a Juan Diego pidiese a la Santísima Virgen una señal que hiciese patente, que Ella enviaba a Juan Diego con "el objeto que éste expresaba; Consintió Juan Diego en pedir la señal o testimonio que el Obispo deseaba, y salió de México para dirigirse a su pueblo. Sin que Juan Diego lo supiera, el Señor Obispo lo hizo seguir por varios criados y familiares suyos, que en efecto lo fueron siguiendo a cierta distancia, hasta el riachuelo que está antes de llegar al cerro del Tepeyac, dónde Juan Diego se les desapareció sin que pudieran encontrarlo, a pesar de la diligencia que todos pusieron en buscarlo. Al llegar a la cima del Tepeyac, Juan Diego viendo como la Virgen Santísima le esperaba allí, le dijo lo que el Obispo le pedía y la Virgen María agradeciéndole su diligencia le expresó que viniera al día siguiente al mismo lugar, para darle la señal cierta que el Obispo deseaba. Esta fue la tercera aparición.
Al día siguiente, lunes 11 de Diciembre del mismo año, Juan Diego no pudo salir de su pueblo por haber enfermado gravemente del "coco-liztli" (fiebre maligna) su tío Juan Bernardino, con quien vivía. Habiéndose agravado éste en la noche de ese mismo día y creyendo llegadas sus postrimerías, le rogó a Juan Diego que de madrugada fuese a Santiago Tlaltelolco, convento de los franciscanos en México, a pedirles los últimos sacramentos, para el siguiente día. Vínose en efecto Juan Diego el martes doce, de su pueblo para México con el objeto indicado, pero al llegar al cerro del Tepeyac, tanto porque venía de prisa como por el temor de que la Virgen le reprendiese por no haber cumplido lo que le ordenó de venir el lunes, al mismo lugar en que antes se le apareciera. Juan Diego no siguió el camino acostumbrado, sino que lo tomó pasando por la falda oriental del Tepeyac, creyendo cándidamente, que la Virgen no le detendría.
Al pasar Juan Diego entre la falda oriental del Tepeyac y el lugar donde brota el manantial aluminoso denominado hoy el "Pozito", la Virgen vino a Juan Diego descendiendo de la cumbre del Tepeyac, circuida de una nube y radiante de claridad. Juan Diego se disculpó de no haber vuelto el día anterior por causa de la enfermedad de su tío. La Virgen oyendo benigna sus disculpas le dijo que perdiese cuidado por Juan Bernarclino, que estaría sano desde ese momento, y le ordenó que cortase y le trajese las flores que hallaría en la cumbre peñascosa del cerro. Así lo hizo Juan Diego y al volver a presencia de la Virgen Santísima con las rosas que brotaron en la cumbre del Tepeyac al mandato de María Santísima, Esta las tomó de la tilma en que las traía Juan Diego y las volvió a arrojar en la capa del indio, diciéndole que esa era la señal que debía dar al Obispo sin mostrarla a ningún otro. Esta fue la cuarta y última aparición de la Santísima Virgen a Juan Diego.
En cumplimiento de lo que se le ordenaba, se dirigió Juan Diego inmediatamente a México y a la casa del Obispo. Los familiares de éste, viendo a pesar de la resistencia del indio las rosas que traía en su tilma, trataron de tocarlas; pero no lo lograron por haberles aparecido como pintadas en la capa y no como naturales. Ya en presencia del Obispo, Juan Diego le dijo como la Virgen Santísima le enviaba la señal que le había pedido, y extendiendo su tilma las rosas cayeron y apareció prodigiosamente pintada la Imagen de María Santísima a los ojos de todos los que allí estaban, y es la misma que veneramos hoy.
El Sr. Obispo Zumárraga, detuvo ese día a Juan Diego y acompañado de él y seguido de sus familiares y servidores, se dirigió al pie del Tepeyac el día siguiente miércoles 13 de Diciembre, para que Juan Diego le mostrara como lo hizo, los lugares donde la Virgen María se le había aparecido y el sitio donde quería se le levantara el templo. De allí el Obispo envió personas de su confianza al pueblo donde vivía Juan Bernardino, y examinado éste, dijo como estando enfermo se le había aparecido la Virgen Santísima sanándolo y diciéndole que quería se le erigiese un templo en el lugar designado a Juan Diego y que en él se venerase bajo la advocación de Guadalupe. Las relaciones de Juan Diego y Juan Bernardino, que no se habían visto desde el día anterior, estuvieron conformes en lo que concurrían, y concordes también en la descripción que hicieron de la Santísima Virgen, no solo entre sí, sino también con la Imagen prodigiosamente aparecida.
Al aparecer la Imagen maravillosa ante los ojos atónitos del Obispo, éste la reverenció devotamente y la colocó en seguida en su Oratorio: habiéndose esparcido la nueva del milagro, la hizo trasladar a la Iglesia Mayor de la ciudad para que todos gozaran de la devoción de venerarla mientras se levantó la primera ermita en el sitio designado por la Virgen Santísima, y a cuya ermita fue trasladada la Santa Imagen a los pocos días y con toda solemnidad. Las rosas fueron colocadas en el altar del lado izquierdo de la Iglesia Mayor de México para la pública devoción, y allí permanecieron hasta que fueron repartidas como preciosísimas reliquias, entre las más piadosas familias de la ciudad. Los milagros de María Santísima no se extendieron hasta hacer perdurables las flores brotadas instantáneamente y en el rigor del invierno en la cumbre del Tepeyac.
Cuando la Santísima Virgen se apareció a Juan Diego, ya era este viudo y de edad madura. Desde que se bautizó había sido de mucha cristiandad, de corazón piadoso y sencillo, y de intachables costumbres: por testigos que 10 conocieron y trataron, se sabe que, movido por un sermón sobre la castidad y sus excelencias, que oyó a Fray Toribio de Benavente, se resolvieron a vivir en castidad él y su esposa María Lucía, mujer también de grande humildad y piedad. Muy virtuoso fue, así mismo, Juan Bernardino, hermano de la madre de Juan Diego.
Después del milagro, Juan Diego vivió en una choza de adobe contigua a la primera ermita que se erigió al pie del Tepeyac, sirviendo al culto de la Santísima Virgen, y entregado a la oración, al silencio y a la penitencia, después de renunciar a la casa y tierra que poseía en Cuautitlán, y las cuales abandonó en manos de su tío Juan Bernardino. Quiso éste servir con él y llevar el mismo género de vida: pero Juan Diego le avisó que no era llamado a ello. Juan Bernardino murió el 15 de Mayo de 1544 como la Santísima Virgen se lo había predicho: cuatro años después, en el de 1548 murieron en el mismo mes, el Sr. Zumárraga y Juan Diego. Rara coincidencia que hace creer, que la piadosísima Madre de Dios los llevó juntos al Cielo a ver el original de la maravillosa copia que juntos habían recibido en la tierra. Después del milagro, ningún interés temporal legítimo ni menos ilegítimo, movió el corazón de Juan Diego. Vivió y murió como un santo anacoreta.
Respecto de la fecha en que se verificó el milagro de la aparición en la tilma de Juan Diego, de la Imagen de María Santísima, inútiles han sido las discusiones que más de una vez se han provocado con ese motivo. Los más correctos y revisados cómputos cronológicos demuestran que fue el martes 12 de Diciembre de 1531, y lo pone todo fuera de toda discusión el acta de cabildo de la ciudad de México que original se conserva en los archivos del Municipio, y que expresamente reza que fue lunes el 11 de Diciembre del año 1531 de nuestra era.
Dos opiniones igualmente admisibles, existen respecto del nombre de "Guadalupe" bajo el cual se venera a la Santísima Virgen en memoria de los prodigios que obró en esa ocasión. Juan Diego nada dijo sobre el nombre, ni a él le dijo la Virgen Santísima al aparecérsele. Juan Bernardino fue el que expresó el nombre bajo el cual quería ser venerada la Santísima Madre de Dios. Como por una parte la lengua mexicana carece de las letras G y D y por esa misma razón los indios no pueden pronunciarlas, y por la otra los españoles adulteraban las palabras aztecas acomodándolas al dialecto castellano, conjetura Becerra Tanco, que tal vez la palabra pronunciada por Juan Bernardino y que los españoles que la oyeron y adulteraron, fue la de Tequatlanopeuh, que se pronuncia "Tecuatlanupe" y quiere decir "brotada de la cumbre de las peñas" ó bien "Tequautlaxopeuh" que se pronuncia "Tecuatlasupe" y significa "Vencedora del Demonio" y literalmente traducida, "La que ahuyenta a los que nos comían."
Es de creerse, sin embargo, que el verdadero nombre sea el de "Guadalupe" que lleva. Si hubiera habido alguna adulteración al pronunciarla por parte de los españoles que la oyeron de boca de Juan Bernardino, éste que sobrevivió trece años al milagro, y los mismos Sr. Zumárraga y Juan Diego que sobrevivieron diez y siete, la hubieran rectificado. El nombre además de "Guadalupe" se compone de dos palabras árabes que significan "Rio de Luz," significación extraordinariamente apropiada al caso. Así como la Iglesia adoptó el latín cual su lengua propia porque siendo una lengua muerta no está sujeta a las vicisitudes de las lenguas vivas, la Virgen Santísima elegiría una palabra extraña a las lenguas de conquistadores y conquistados, que se hiciera inalterable e inmortal, no estando sujeta a las variaciones de ellas. Muchos creen fundados en la profecía de San Malaquías, que, en tiempos ya no muy lejanos, el Pontífice designado por ese santo bajo el emblema de "Flos florum" ha de residir por algún tiempo al pie del Tepeyac. El misterioso nombre de Guadalupe quien sabe el enlace simbólico que tenga con los futuros sucesos y lo que signifique con relación al porvenir.
¡"Río de Luz" qué hermosa advocación y qué nombre tan bello!
Fuente:[La Santísima Virgen de Guadalupe / opúsculo escrito por José de Jesús Cuevas (1888)]