¡Al rincón, quita calzón!
Esta sabrosa tradición de Palma, nos remonta a una escuela arequipeña de 1796, teniendo como protagonistas al Obispo Chávez de la Rosa y a un irreverente alumno, en una época donde la educación peruana se regía bajo la premisa de "La letra con sangre entra".
Lectura .
El clérigo que había introducido importantes reformas en el plan de estudios de los seminarios, tenía como costumbre supervisar personalmente que se cumpliera a cabalidad lo estipulado. En una de sus visitas, se vio obligado a reemplazar al profesor de latinidad que había faltado y cuyos alumnos hacían cualquier cosa, menos repasar las lecciones de Nebrija y el Epítemo. Por lo que uno a uno fueron pasando ante el ilustrísimo reemplazante.
Por ese entonces, bastaba el más mínimo error para ser confinado a un extremo de la clase al sólo escuchar "¡Al rincón! ¡ Quita calzón!, donde los condenados eran esperados por un empleado dispuesto a aplicar tres, seis o doce azotes, según la falta, sobre el trasero de los infractores.
El famoso rincón tenía ya como doce sentenciados, cuando le tocó el turno al más chiquitín y travieso de la clase. Uno de esos llamados revejidos, que aparentaba ocho años, pero que bien los doblaba.
- ¿Quid est oratio? interrogó el obispo
Involuntariamente el muchacho alzó los ojos al techo, por lo que el cérigo pensó que era producto de la ignorancia de la lección y por lo tantó lanzó una vez más el temido "¡Al rincón, quita calzón!.
Protestando entre dientes el rapazuelo se dirigió hacia el rincón del castigo, cosa que incomodó al Obispo que lo conminó a decir claramente lo que murmuraba. Tras la insistencia, el chico habló. ël también tenía una pregunta a la que accedió su ilustrísima picado por la curiosidad.
- ¿Cuántos dominus vobiscum tiene la misa?
Chávez de la Rosa sin darse cuenta, levantó la vista para pensar su respuesta.
- Ahhh murmuró el rapazuelo- él también mira al techo.
La agudeza del comentario fue tomado con agrado por el clérigo, quien hasta ese entonces no se había tomado la molestia de saber cuántos dominus vobiscum tenía la misa; de tal manera que amnistió a todos los condenados del rincón.
Desde ese entonces se convirtió en protector del chico irreverente de procedencia muy pobre. Le otorgó una beca en el seminario y llevó a Dominus vobiscum, como lo conocía, entre sus familiares cuando decidió emigrar a España.
Con los años, el nombre de aquél chico se convirtió en sinónimo de independencia. calidad oratoria y de buen escritor.
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El protagonista de nuestra anécdota no era otro que don Francisco Javier de Luna Pizarro, orgullo del clero peruano y vigésimo Arzobispo de Lima.
[ Fuente ]