Biografias

Pedro Diez-Canseco Corbacho

Líder militar y político dirigió la nación republicana peruana en tres ocasiones promoviendo la modernización del país y la promulgación de importantes reformas, como la abolición de la esclavitud en 1854 y la promoción de la educación pública.


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Pedro Diez-Canseco Corbacho (1815-1893), tres veces presidente del Perú, fue un ejemplo conspicuo de los hombres que lideraron el país luego de la Independencia. Nació bajo la monarquía hispánica, fue militar en el turbulento periodo de los caudillos, varias veces defensor de Arequipa y hombre de Estado en la construcción de la república durante la segunda mitad del siglo XIX. Fue hijo de Manuel Diez-Canseco Nieto y de Mercedes Corbacho Abril. Descendía, como gran parte de la élite arequipeña, del conquistador Juan de la Torre, alcalde fundador de esa ciudad. Creció en la solariega casa de su familia materna en la calle de San Francisco y, luego de recibir su educación con la orden franciscana, optó por la carrera de las armas y continuó con una extendida tradición familiar.

Al igual que muchos aspectos de la vida institucional peruana de inicios de la república, el Ejército fue esencialmente un cuerpo neo-borbónico. Por un lado, se trataba de una institución, cuya oficialidad provenía de las élites locales. No es casualidad que sus primeros años de servicio fueran integrando las filas del regimiento de caballería Los Inmortales, organizado en Arequipa por quien luego fuera su cuñado, Ramón Castilla. En tal medida, Diez-Canseco continuaba una tradición familiar definida por una identidad regional. Tres de sus tíos y dos tíos abuelos, de parte de los Corbacho, integraban unidades arequipeñas. Lo mismo sucedía con su familia paterna, cuyas raíces eran moqueguanas: su abuelo, José Diez-Canseco Moscoso, fue capitán del Regimiento de Infantería de Milicias Urbanas de Moquegua y diversas ramas de su familia paterna lo hicieron en el prestigioso regimiento de los dragones de esa ciudad, entre ellos su pariente el conde de Alastaya, Antonio de Nieto y Roa.

Junto a esta identidad regional estaba el aspecto organizacional. Un ejemplo de ello son las Ordenanzas de Carlos III (1768), un exhaustivo compendio de la vida militar promulgado para el “régimen, disciplina, subordinación, y servicio de sus ejércitos” que permanecieron vigentes en el Perú hasta 1898, es decir, hasta después de la guerra con Chile. Por otro lado, la misma estructura del Ejército post-independentista reposó, al igual que durante el virreinato, sobre una federación de milicias locales. Estas milicias no solo tuvieron un marcado carácter local, sino una gran autonomía de liderazgo, organización y logística. Esto determinó que, durante varias décadas, estas fueran el único espacio de formación militar, la fuente principal de promoción y la base real sobre la cual se organizaron los bandos político-militares que definieron a la primera república peruana.

Pedro Diez-Canseco tuvo su bautismo de fuego en la batalla de Miraflores (1834) para apoyar al gobierno del presidente Luis José de Orbegoso. Recibe su primer ascenso en el campo de batalla. Al año siguiente (1835), es ascendido a teniente y nombrado edecán del general Castilla, quien eventualmente contrae matrimonio con su hermana Francisca. En esos años, ingresan a las filas del ejército sus hermanos Manuel y Francisco, incorporados respectivamente a los batallones Ayacucho y Cazadores del Perú.

La carrera de Diez-Canseco, especialmente a partir de la Confederación Perú-Boliviana, promovida por Andrés de Santa Cruz (1836-39), ilustra las complejidades de la institucionalidad castrense en el periodo de los caudillos militares. Mientras que Manuel Diez-Canseco permanece en las fuerzas de Orbegoso junto con su batallón, Pedro y Francisco rompen filas y deciden seguir a Castilla en su oposición a Santa Cruz. En este periodo, tomar bandos implicaba siempre un riesgo: típicamente solo las unidades victoriosas en estas contiendas quedaban en pie, junto con su oficialidad y soldados. Por esta razón, la derrota de Santa Cruz en Yungay (1839) significó, tanto para Castilla como para Diez-Canseco, posibilidades de avance en el escalafón militar. En el caso de Castilla, es recompensado por el vencedor de Yungay convertido en presidente, Agustín Gamarra, con el generalato de división, el ministerio de guerra y la jefatura de Estado Mayor. Diez-Canseco, por su lado, recibe los despachos de capitán y sargento mayor, así como la designación de segundo jefe de los Húsares de Junín. Eventualmente sus hermanos Manuel y Francisco, que habían peleado en bandos contrarios, terminan gravitando también en la órbita gamarrista con su incorporación al batallón de Cazadores de Ancash. Por lo tanto, no es una casualidad encontrar a Pedro Diez-Canseco liderando a los húsares en el ejército, organizado por Castilla y Gamarra, para la fallida invasión a Bolivia.

Durante la primera presidencia de Castilla (1845-51), Pedro Diez Canseco asciende a teniente coronel y ocupa posiciones importantes en el Ejército. Sin embargo, y como era usual en ese periodo, pierde el mando de su unidad cuando se produce el cambio de gobierno y regresa a Arequipa como juez de primera instancia militar. Tras un periodo de ostracismo político, se suma a la revolución liberal de 1854 que termina con un nuevo gobierno encabezado por Castilla (1855-58), en el cual es nombrado prefecto de Arequipa y ascendido a general de brigada. Como jefe político-militar de una importante jurisdicción, controla una plaza gravitante en el tablero de poder en el Perú de los caudillos, pero también emprende un programa de obras como el camino a Tingo y el segundo puente sobre el Chili (hoy Grau). Los nombramientos de sus hermanos en la prefectura de La Libertad y la jefatura de la plaza militar de Lima únicamente confirman la alianza político-familiar con Castilla.

En la segunda presidencia constitucional de Castilla (1858-62), Diez-Canseco se convierte en un actor de la política nacional: es elegido como representante en la cámara de diputados, participa en la redacción de la Constitución de 1860 y ocupa un escaño en el senado. Es un mundo donde las esferas civil y militar son porosas. Hacia finales del gobierno de Castilla obtiene el grado de general de división. En las elecciones presidenciales de 1862, es elegido segundo vicepresidente de la república, en la fórmula presidida por el mariscal Miguel de San Román, quien, irónicamente, había sido el comandante de las fuerzas a las que se enfrentó en su bautizo de fuego en 1835.

Es en conexión a esta segunda vicepresidencia que Pedro Diez-Canseco asume la presidencia en tres oportunidades. La primera tiene lugar tras la muerte de San Román (1863) cuando, en ausencia del primer vicepresidente Juan Antonio Pezet, asume interinamente el mando supremo (9 de abril - 5 de agosto de 1863). La segunda ocurre durante la presidencia de Pezet, quien, como primer vicepresidente, debía completar el mandato constitucional para el cual San Román había sido elegido (1862-1866). La oposición hacia el Tratado Vivanco-Pareja, que intentó dar solución a las demandas económicas de España contra el Perú, hace estallar una revolución contra Pezet (1865), iniciada en Arequipa por dos coroneles liberales: Mariano Ignacio Prado y José Balta. Diez-Canseco, quien tiene sus propios reparos a los términos del tratado, así como a la prisión y destierro de Castilla, inmediatamente se integra a las fuerzas opositoras a Pezet. Su posición de vicepresidente dota a los sublevados de un programa constitucional; su experiencia en batalla, de estrategia militar. Ingresa a Palacio de Gobierno el 6 de noviembre de 1865 con el ofrecimiento de hacerse dictador. Rechaza el ofrecimiento sosteniendo que “el que había recibido de los pueblos el expreso encargo de restablecer el imperio de sus tutelares instituciones… no podía llevar su infidelidad hasta el extremo de destruirlas por completo”. La dictadura fue asumida por el coronel Prado, quien termina por resolver los asuntos pendientes con España con el triunfo el 2 de mayo de 1866.

La tercera presidencia de Diez-Canseco, y posiblemente la más significativa, ocurre en el contexto del rechazo a la Constitución liberal promulgada por Prado en la cúspide del poder (1867). Que el texto fuera quemado en la catedral de Arequipa da cuenta de que, más allá de una contienda entre caudillos, hubo también un elemento principista, asociado con el fervor religioso, que animó la oposición al mandato de Prado. Diez-Canseco desconoce la legitimidad de la Constitución y organiza una férrea defensa de Arequipa que termina en el retiro de las tropas gobiernistas. Animado por la victoria, lidera su ejército en una marcha hacia la capital que termina en la renuncia de Prado (1868). Existe, una hermosa lección de civismo en el hecho de que asumiera el supremo mandato como vicepresidente, aludiendo a una legitimidad ganada en las elecciones (1862) e interrumpida en su deposición (1865); y también con el hecho que inmediatamente convocara a elecciones.

Durante su tercer mandato, Pedro Diez-Canseco reestableció la Constitución de 1860 y gobernó consciente de la necesidad de fomentar la infraestructura y modernizar la salud pública. Suscribió el contrato para el ferrocarril entre Mollendo y Arequipa, organizó un sistema para atender la epidemia de fiebre amarilla y ordenó la construcción del hospital Dos de Mayo. Después de entregar el mando, el general Diez-Canseco regresó a su vida en Arequipa, dedicándose a sus actividades agrícolas. Entre sus esporádicos regresos a la capital, está su intervención como miembro del Consejo Militar de la Defensa de Lima durante la guerra con Chile (1881).

El pueblo de Arequipa acompañó su cadáver llevado, como lo dicta la tradición, por una cureña de cañón hasta el cementerio de la Apacheta, luego de la misa solemne celebrada en la catedral. Pedro Diez-Canseco fue, al mismo tiempo, distinguido soldado, jefe victorioso y caudillo revolucionario, pero también republicano constitucionalista, hombre de Estado conspicuo y gobernante eficaz. Su vida política encarna el tiempo en el que convivieron las prendas del antiguo régimen, los ensayos de democracia y los desafíos estructurales de la nación. Pero es el austero civismo con que ejerció el poder donde encontramos su legado imperecedero.

Fuente: [Presidentes y Gobernantes del Perú - Municipalidad de Lima]



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