En Biografias

Felipe Santiago Salaverry del Solar

Felipe Santiago Salaverry del Solar es considerado el militar presidente más joven que ha tenido el Perú que dejó huella durante su corto periodo de gobierno.

Felipe Santiago Salaverry del Solar

Felipe Santiago Salaverry del Solar pertenecía a una familia distinguida de la capital. Fue hijo de Felipe Santiago Salaverry y Ayerdi y de Micaela del Solar. Nació en Lima el 3 de mayo de 1806, y fue el jefe de Estado más joven de nuestra historia (29 años).

En relación a sus primeras intervenciones en su carrera militar, Salaverry fue aceptado en el ejército patriota como cadete en el batallón Numancia, y desde entonces mostró sus aspiraciones a entregarse a luchar por la felicidad de su patria y a la realización de sus ambiciones personales. De este cuerpo, pasó a la Legión Peruana, pero todavía como subalterno. La lentitud de jefes como Rudecindo Alvarado y Domingo Tristán desesperaban a los jóvenes.

Los meses que corrieron desde la proclamación de la Independencia (el 28 de julio de 1821) hasta septiembre de 1822 causaron desencanto en diversos sectores de la sociedad, especialmente en quienes, como Salaverry, querían acción. La lucha final se veía lejana, y atribuyeron a la pasividad de las autoridades las derrotas de la expedición a los puertos intermedios (enero 1823). San Martín se había centrado en la administración, en conferenciar con el Libertador del norte (28-29 de julio de 1822) en Guayaquil, y en la instalación del Congreso Constituyente (20 de septiembre de 1822), luego se retiró del Perú.

Se vio la necesidad de la venida de Simón Bolívar, vencedor en casi todas las batallas por la libertad de Nueva Granada y Venezuela. Mientras tanto, Salaverry ascendía en su carrera militar, pese a su juventud, pues era voluntario en todas las empresas de mayor riesgo. Ya daba muestras de un carácter indómito, de tener ambiciones —quizá desmedidas—, pero con una tenacidad inquebrantable para llegar a sus objetivos.

Salaverry no era solo un militar ambicioso, era fundamentalmente un patriota acérrimo. Dotado de un espíritu romántico manifiesto en el valor demostrado en las incontables batallas en las que participó, siempre a la cabeza de sus fuerzas, exponiéndose constantemente a los mayores peligros en los puestos menos protegidos. Era el último en dejar el campo de batalla y compartía con la tropa tanto las inclemencias del clima, como la frugalidad de las comidas.

Era de carácter inestable, podía pasar de un momento a otro de actitudes moderadas a rasgos de violencia cuando no obtenía los resultados esperados en el cumplimiento de sus órdenes. Amante de la justicia y de la honestidad, al punto que, durante su gobierno, decretó la pena de muerte para los funcionarios que incumpliesen su deber. Asimismo, era muy exigente en la disciplina y la moral castrense, porque —en su corta existencia— la victoria y la buena marcha de la administración dependía de la rapidez con que se actuara.

Durante la permanencia de Bolívar en el Perú, Salaverry se contó entre los oficiales que rechazaron las manifestaciones serviles que se exigían al Ejército para halagar al Libertador, como los desfiles militares, en los que se magnificaban las hazañas de don Simón y se daba especial atención a las fuerzas colombianas. En todo momento, mantuvo la dignidad del uniforme.

Si bien su amor a la carrera de las armas fue característica de muchos jóvenes de su generación y él amó la vida militar, se comentaba en los círculos castrenses que frecuentaba, que decía “háganme general, que yo hago lo demás”; posiblemente se refería a la otra aspiración con la cual llegaban muchos a la carrera de las armas: la conquista del poder, la intervención política.

El tiempo inicial de la vida republicana (1820-1845) fue de primacía de los gobiernos militares en toda América hispana. La Independencia dejó como herencia el caudillismo militar en el control de la política. Se mezclaban la vocación de servicio del caudillo, héroe en las campañas por la patria libre, con las ambiciones personales de poder, y de considerarse que era el único capaz de sacar adelante al nuevo Estado. En esta confianza, se dejó de lado a la clase ilustrada, identificada con la doctrina de la división de poderes, tanto en los gobiernos republicanos como monárquicos, para impedir las dictaduras o tiranías. Esta división exigía la presencia de tres poderes básicos: legislativo, ejecutivo y judicial.

Las constituciones ratificaron la vocación republicana y liberal de los sectores políticos, aunque, si desde el punto de vista teórico fueron partidarios del equilibrio de poderes, en la práctica militares y civiles fueron autoritarios; los más radicales defendían la supremacía del Congreso y los más conservadores reclamaban el autoritarismo del presidente. Esta pugna se dio desde el primer Congreso Constituyente y se agravó con la primera intervención política del Ejército en febrero de 1823, con el Motín de Balconcillo, que impuso la presidencia del coronel de milicias José de la Riva-Agüero y Sánchez Boquete, ante el fracaso de la Junta Gubernativa nombrada por el Congreso a la salida de San Martín del Perú.

La participación política de Salaverry se dio desde el primer gobierno de Agustín Gamarra (1829-1833), al producirse no menos de unos catorce intentos de golpes de Estado que reflejan el malestar existente, y a los cuales no fue ajeno don Felipe Santiago, pese a ser ahijado de matrimonio del mandatario, lo cual le valió su confinamiento en Chachapoyas, Moyobamba y Cajamarca. Estas cárceles, en el interior del país, no lograron detener al caudillo, a quien acompañó su valerosa esposa Juana Pérez. Su poder de seducción con la tropa convirtió a sus carceleros en partidarios. Así llegó hasta Trujillo, perseguido por el general José María Raygada, quien finalmente lo apresó en 1834, pero las elecciones de ese año favorecieron al candidato liberal Luis José de Orbegoso, aunque sin alcanzar la votación necesaria, por lo que fue nombrado presidente provisorio. Salaverry apoyó al nuevo gobierno y detuvo a su perseguidor.

A finales de 1834, lo encontramos en Lima y, al producirse una suble- vación en los castillos del Callao (enero de 1835), comparte con el general Domingo Nieto la recuperación de los fuertes, a cuyo mando accede, ya con el rango de general. Sin embargo, la autoridad de Orbegoso era muy débil y nuestro caudillo se sublevó en el Callao (27 de febrero) autoproclamándose Jefe Supremo de la República. Acusó al Gobierno de no querer convocar a las nuevas elecciones en el corto plazo.

Todo el norte, Lima y el Callao respaldaron a Salaverry. Orbegoso, en el sur, solo contó con el apoyo de Arequipa, por lo que solicitó ayuda al presidente boliviano, general Andrés de Santa Cruz, quien, al igual que los jefes peruanos Gamarra y Gutiérrez de la Fuente, aspiraba a la reunificación del Alto con el Bajo Perú (Bolivia y el Perú). El jefe boliviano puso como condición la firma de un pacto de confederación con el Perú (Confederación Perú-Boliviana), que se selló el 15 de junio de 1835 y que implicaba la división del Perú en los estados norte y sur, que se aliarían con Bolivia para pacificar el territorio peruano y conformar la alianza. La ratificación del pacto se haría en las Asambleas de Huaura (norte), Sicuani (sur) y Tapacarí (Bolivia) y se convocaría a una asamblea con representantes de los tres estados para dar una carta constitucional (Pacto de Tacna).

Esta alianza provocó serias divisiones tanto en el Perú como en la misma Bolivia. Salaverry y Gamarra lideraron la unidad nacional. Se acusó a Santa Cruz de querer la supremacía boliviana sobre el Perú y querer fraccionarlo, para luego apoderarse del sur. Se acusó de traidor a Orbegoso por someterse a las imposiciones del pacto y se declararon defensores de la patria en peligro. A finales de julio, Gamarra y Salaverry firmaron el acuerdo por el cual actuarían juntos contra la alianza. Sin embargo, Gamarra se adelantó y esperó a las fuerzas de Santa Cruz en Yanacocha (13 de agosto de 1835), antes de reunirse con su aliado, pero fue vencido. Salaverry quedó solo frente a Santa Cruz.

Si bien Salaverry contaba con respaldo en el norte y de la Marina, Santa Cruz consiguió atraerlo hacia el sur, donde lo apoyaban, sobre todo Arequipa. La impetuosidad del joven general lo llevó a confiarse en la disciplina y moral de sus fuerzas, aunque eran numéricamente inferiores a las de los confederados y el pueblo arequipeño le negó toda ayuda. Así, el 4 de febrero de 1836, Salaverry libró la batalla de Uchumayo, en la cual logró defender el puente de este nombre, para impedir el paso de las fuerzas santacrucinas, pero el día 7 se produjo un nuevo encuentro en Socabaya, donde fueron aniquiladas las fuerzas salaverristas. Días más tarde, Salaverry fue detenido por el general británico Miller, del entorno de Santa Cruz, y se le abrió un juicio sumario a él y a siete de sus principales jefes, así fueron todos condenados a muerte y ejecutados en la plaza de Arequipa el 18 de febrero de 1836.

El triunfo de Santa Cruz y Orbegoso fue efímero. La imagen proyectada por nuestro caudillo se agigantó al ser ejecutado. Fue identificado como el adalid de la unidad del Perú, ejemplo de heroísmo y amor a la patria, por la cual fue fusilado. La Confederación fue repudiada en el Perú al considerarse que Santa Cruz defendía los intereses bolivianos y que buscaba la desintegración de la nación. Su establecimiento despertó también los recelos de Chile, donde se refugiaron muchos políticos peruanos perseguidos por Santa Cruz. Más adelante, Chile envió dos expediciones restauradoras que contaron con los peruanos unitarios que reivindicaron la lucha de Salaverry y, finalmente, derrotaron a la Confederación, luego de lo cual el Perú recuperó su unidad.

Fuente: [Presidentes y Gobernantes del Perú - Municipalidad de Lima]


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